Honestidad de palabra, impunidad de hecho

Claudia Sheinbaum subió al templete del Zócalo con voz solemne:
“La honestidad no es la excepción, es la regla. Quien traiciona al pueblo enfrenta a la justicia.”

El mensaje sonó firme, pero el país ya aprendió a leer entre líneas.

Mientras la presidenta hablaba de ética, transparencia y justicia, su gobierno enfrenta sus primeras grietas serias: el huachicol fiscal y la impunidad que lo rodea.

Millones de litros de combustible y miles de millones de pesos se esfumaron entre redes aduanales, complicidades en la Marina y nombres incómodos.
Entre ellos, Adán Augusto López, uno de los hombres más poderosos del sexenio anterior, señalado como partícipe y hoy libre, sin investigación, sin sanción y sin explicación.

Sheinbaum prometió que “no se cubrirá a nadie”, pero cada día que Adán Augusto sigue caminando sin rendir cuentas, su promesa pierde peso.
No hay peor corrupción que la que se tolera entre amigos.

La presidenta intenta sostener el relato moral de la Cuarta Transformación, pero su administración ya carga el mismo vicio que juró erradicar: el doble discurso.
Uno para las plazas y otro para los despachos.
Uno para la gente, otro para los aliados.

La violencia tampoco da tregua.
Los homicidios siguen altos, las desapariciones no cesan y el miedo se mantiene como paisaje cotidiano.
La justicia, en cambio, se asoma solo cuando conviene políticamente.

El problema no es el discurso, sino la distancia entre lo que se dice y lo que se hace.
La honestidad no se predica, se prueba.
Y mientras los rostros del huachicol fiscal sigan protegidos por el poder, la impunidad dejará de ser excepción y volverá a ser la regla.

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