En Nuevo León sabemos muy bien lo que está en juego. No se trata de un simple cambio de siglas, sino de la amenaza real de que el bastión norteño de la libertad y el trabajo sea absorbido por la maquinaria de Morena: un partido que, disfrazado de justicia social, ha emprendido un proyecto centralista y autoritario que busca desmantelar la República tal como la conocemos.
Los regios no olvidamos que la grandeza de este estado nació de su autonomía, de la capacidad de decidir nuestro rumbo sin imposiciones ajenas. Morena, en cambio, representa lo contrario: el sometimiento de los estados al capricho del centro, la erosión de los contrapesos y la sustitución del mérito por la lealtad partidista.
Basta con mirar lo que ha sembrado Morena en otras regiones: instituciones debilitadas, poderes sometidos, familias divididas por ideologías importadas y un país más polarizado. ¿Queremos eso en Nuevo León? La respuesta es clara: no.
Nuestro estado ha resistido siempre con carácter, con trabajo y con dignidad. Hemos sido el motor industrial del país porque creemos en la productividad. Hemos defendido la familia y la libertad porque entendemos que ahí está la raíz de nuestra fuerza. Hemos preservado una identidad que no se vende ni se rinde.
Aceptar a Morena aquí sería renunciar a lo que somos: un pueblo libre, orgulloso y dispuesto a luchar por su futuro. No se trata de izquierda o derecha; se trata de resistencia contra un modelo autoritario que desfigura a México.
Nuevo León seguirá siendo el muro norteño que frene esa avanzada. Aquí no se rinde la República. Aquí no se borra nuestra identidad. Aquí decimos fuerte y claro: ¿Morena en Nuevo León? No, gracias.