En un mundo herido por la guerra y la injusticia, la voz del Papa León XIV resuena como un eco antiguo que no caduca: la política, bien ejercida, es una forma de caridad. Pero hoy, esa caridad escasea.
Mientras Israel e Irán intercambian misiles y el mundo contiene el aliento ante un nuevo cataclismo en Medio Oriente, mientras Ucrania sangra desde hace más de tres años, y mientras en México se acumulan cuerpos en fosas, desaparecen jóvenes y se desploman regiones enteras bajo el peso del crimen, el llamado pontificio cobra urgencia.
León XIV no habló desde la nostalgia de un orden perdido, sino desde la esperanza exigente de uno posible. Exhortó a defender el bien común por encima del interés, a proteger a los vulnerables, a escuchar el clamor de los que nadie escucha. Y señaló, con firmeza, que la injusticia es madre de la violencia, y que ninguna paz puede construirse sobre cimientos de desigualdad, marginación o miedo.
En México, donde el Estado convive –o compite– con el crimen, ¿cuántos diputados , gobernadores y alcaldes están dispuestos a ver la política como una misión de justicia? ¿Cuántos legislamos con conciencia, y no con cálculo? ¿Cuántos recordamos que estamos ahí para servir, no para servirse?
El Papa habló también de ley natural, ese principio moral anterior a cualquier ideología, partido o frontera. ¿Cómo se atreven algunos a legislar contra la vida, contra la familia, contra la libertad misma de conciencia y religión?, como si lo trascendente fuera estorbo y no horizonte.
Y sin condenar el avance, alertó sobre la inteligencia artificial: una herramienta sin alma que jamás podrá reemplazar el juicio ético ni el amor humano. Nos recordó que no todo lo que puede hacerse, debe hacerse.
El Papa nos recordó que como políticos tenemos el gran compromiso de “seguir el legado de Santo Tomás, quien puso su actividad política al servicio de la persona, especialmente de los más débiles y pobres; manejó los conflictos sociales con un sentido exquisito de justicia; protegió a la familia y la defendió con firme compromiso; y promovió la educación integral de los jóvenes”.
En este tiempo de fuego –bélico, moral, digital–, urge recuperar la brújula. Y no hay mejor brújula que la dignidad humana.
La política no es solo cifras ni algoritmos. Es carne y sangre. Es una madre buscando a su hijo desaparecido. Es un joven obligado a empuñar un arma en lugar de abrir un libro. Es un legislador que decide entre la cobardía de lo fácil o el valor de lo justo.
Que León XIV nos incomode. Que su mensaje nos obligue a preguntarnos: si la política es la forma más alta de caridad, ¿cuántos de nuestros líderes están realmente amando a su pueblo?
Sin caridad, la política se vuelve cálculo. Y sin alma, se vuelve ceniza.